Relato: Naufragio

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Sólo teníamos para comer unas plantas de la familia de las florigamas. Al menos, eso creí entenderles a los biólogos alemanes, en el barco aquel que abordamos felizmente. Es difícil la lengua de los alemanes, y que rebuscados son los tecnicismos.

A Laura le daba impresión comer de aquellos cangrejos que escapaban de mí, con ese andar desdeñoso, matulento. A mí también, por eso aún uso éstas, las verdaderas palabras que pueden brindar una imagen de aquel padecimiento.

Suerte que Laura había logrado su prensa con la madera flexible de un pinsapo y podía practicar ritualmente el ejercicio de recogerse el cabello cada mañana. Entonces estaba más tranquila.

Recuerdo, como si fuera una fiesta, el día en que logré pescar un pelagonio grande. Pero Laura me obligó a regresarlo al agua porque le deba pena sacrificarlo por nuestro beneficio.

Aunque el hambre me atormentaba, oculté mi indignación de ese modo hermético que sólo saben tolerar los sumisos hombres de las tribus ciurinantes del Pacifico norte, según puede aprender en la isla. Después de todo, que nos podía pasar por comer vegetales otra vez. Eso pensaba y con eso seguía adelante.

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