La Liebre Mari

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Caminata diaria de las tardes del invierno de 1998 en un rectángulo amarillento de la pampa Argentina. Detrás de una fila de Eucaliptos, la casa de mi madre. Yo estaba de visita. Hacia delante el campo yermo, seco y aplastado por los rigores del invierno. Por el alambre que delimitaba ese lote con otros sucesivamente similares, justo debajo de un Tala, percibí un movimiento, algo insignificante en la inmensidad del campo, en la nada de la tarde. El sol declinaba. Surgidos repentinamente del bosque de Eucaliptus, tres perros flacos, cimarrones agalgados, salieron corriendo hacia lo que mi percepción había detectado como un mínimo del movimiento debajo del Tala. De allí saltó la liebre que los perros en su trayectoria, ahora bifurcada, perseguían. Dos detrás de ella y uno al sesgo de la carrera de la presa. Duró instantes, los dos perseguidores principales acortaron distancia pero no parecían poder alcanzarla, en cambio el solitario al sesgo estaba llegando a su encuentro. La carrera de la liebre fue eliptica, en semicírculo, como intentando omitir la simetría irrevocable del terreno. Justo cuando el tercer perro iba alcanzarla dio un veloz giro sobre su eje y salió en franca línea recta para perderse detrás de la hilera de Eucaliptus.Nunca supe bien si fue una liebre real o es la liebre de algún libro que he leído. La he llamado a Liebre Mari, por un amigo muy inteligente que siempre fue capaz de librarse bien de cualquier situación.

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