Dos vasos de soda

PIN

Querido Solórzano.

Te escribo desde estas tierras perpetuamente estivales, mientras escuchó las campanadas de la iglesia, que el aire tupido de calor traen hasta este lugar mínimo que hoy ocupo, que insignificante y respectivamente todos ocupamos.

Consciente de que no son tiempos favorables al género epistolar, intentaré comprimir mi mensaje en un breve gesto de significado; con la esperanza de que me entiendas. Hoy me acordé de esos dos vasos de soda que tenías ya servidos en el segundo piso de una casa alta, esquinera, una casa de barrio; de como con un par de frases enunciaste tu decisión de no dejarte influenciar por las condiciones adversas, de seguir dando señales de existencia, como sea.

Por alguna razón que mal haría en averiguar, acordarme hoy de ese sencillo, pero solemne encuentro, tan propio de los latinoamericanos, me retrotrajo a una frase que alguna vez leí, o que alguien me dijo: que no existe patria más grande que la que hacemos en nosotros mismos.

Pero inexorablemente vamos envejeciendo. Minúsculos, vamos siendo arrastrados, nos vamos desvaneciendo en el lecho de la corriente de la vida, que fluye hacia el infinito. Es la forma menos dolorosa de asumir hoy yo, algo que vos ya sabías entonces.

Y aquí me detengo, para decirte el verdadero motivo de esta carta, de este mensaje encapsulado en las entrañas de los tiempos que ahora a mí me tocan vivir. Somos un momento, una conversación. Somos un recuerdo fugaz y solitario, una estrella en la negrura del olvido, Solórzano, somos esos dos vasos de soda y la certeza de que tenemos que seguir existiendo.

Relacionado

Leave Your Comment