El tema de las arañas al principio no sorprendió, ya había comenzado dos años antes con las abejas, fue la idiosincracia de este grupo de invertebrados lo que encendió las alarmas. Yo tuve la oportunidad de aprender sobre las abejas de chico en la Escuela Nacional de Agricultura, por lo que conocía su fantástica manera de producir, defenderse y organizarse, pero de ahí a su evolución política hubo un buen trecho, aún no clarificado, en que pasaron de especie protegida a grupo de presión. Ya me lo había adelantado el doctor Beltroni desde el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), Argentina, en su primer viaje a Costa Rica: en la selva de Talamanca, en el Valle de la Estrella, están los primeros indicios de sublevación y autodeterminación de las abejas. Luego vendrían los pactos de miel para el consumo humano, los vuelos intercontinentales para sostener la biodiversidad en los sitios más devastados de la tierra. Con las arañas, lo que pareció a primera vista un alivio, se transformó en una alta dependencia, sobre todo en zonas densamente pobladas por seres humanos. Había que negociar con ellas, que como se podrá entender, fue mucho menos amistoso que con sus predecesoras aéreas, con quienes habíamos tenido una larga historia de domesticación y relaciones comerciales. Las arañas fueron, como siempre, intransigentes, esquivas y difíciles de encontrar. Nos vendían sus venenos para medicinas esenciales o instalaban sus telas a regañadientes para mantener a raya la eclosión de los bichos menos deseados. Una vez hecha la faena se retiraban con las presas: moscas, garrapatas y otras alimañas invertebradas, inmunes a los pesticidas con los que las habíamos combatido históricamente. El caso es que las arañas, se volvían rebeldes con facilidad. La discusión sobre la sostenibilidad del planeta está tomando el rumbo menos esperado, me dijo Beltroni la última vez que lo vi internarse en la selva para entablar, quien sabe ya con qué otra especie de avanzada, un nuevo acuerdo de coexistencia, que pusiera al frente la necesidad de salvar el planeta, antes que a ningún grupo en particular.