Ladrones de conejos muertos

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Era un rito iniciático de los chicos del pueblo, había que entrar en el gallinero del cura y robarse un par de gallinas. Decían que también habían conejos. El plan era tan rudimentario que llegaron hasta el lugar caminado en un solo grupo. Eran 5. Dos de ellos treparon al techo de la casa desde donde se podía entrar al gallinero. Uno bajó al gallinero. Los otros tres esperaban en la calle que estaba vacía porque era una noche fría de invierno. Mientras el chico del gallinero chocaba contra jaulas, alambres maderas y otros obstáculos, el que estaba en el techo encontró un conejo muerto, dejado allí desde hacía un buen tiempo; pudo notarlo porque estaba muy “liviano, seco y tenso”. Se lo tiró a los de las calle. Alguien lo atrapó en el aire y dijo, “tenemos uno, y ya está muerto”. Ninguno de ellos sabían que se acababan de convertir en los ladrones de conejos muertos más famosos del pueblo.

Esta entrada se publicó originalmente en Microdosis de Ficción

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