Caída libre

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Dibujo de Jorge Mari (jorgekazbek)

Sucedió en unos 5 minutos, y espero poder respetar esa rigurosa cronología de la vida real. Aunque era de noche, mi recuerdo es muy visual así que he dividido el relato en 5 tomas o escenas. 

Toma 1

Estamos en el campo argentino, donde yo crecí, pero ya no vivo ahí porque estudio en la ciudad. Cae la tarde, ya casi se viene la noche. Es invierno; hace un frío bárbaro. Cómo vinieron visitas de la capital (yo incluido) estamos preparando un asado. Picamos, tomamos un par de copas de vino. Se siente, como así decir, el último canto de un gallo antes de que se declare la noche total. A raíz de eso, o al menos eso me pareció, mi abuela, parte del contingente, recuerda en voz alta lo mucho que le gustan los pollos de campo para hacer al horno, que le encantaría llevarse uno a la ciudad, donde es imposible encontrarse con este tipo de mercadería. 

Toma 2

Me toca a mí y a Salvio (el marido de mi madre, el yerno), que se conoce la fauna general de la granja, ir por un pollo de mediana edad, ya identificado previamente por su bonito estado, que debía estar dormido junto a las demás aves de corral en un Ombú; que es un árbol icónico de la pampa argentina, tanto objeto de literatura como de acaloradas discusiones botánicas: ¿Hierba prehistórica gigante o árbol solitario?. La discusión es irrelevante en estos momentos. Salvio, que se caracterizaba por tener planes osados, cosas en las que las personas comunes no creíamos o no nos animabamos a ejecutar, y él de alguna manera lograba llevar adelante, me dice que tiene una idea para capturar al animal.

Toma 3

Por edad, orden de mérito, jerarquía, contextura física y habilidades, entre otros aspectos, me toca a mi trepar. Salvio, que de pronto se había transformado en mi baqueano, en mi guía, me alumbra con una linterna desde abajo. No puedo dejar de pensar en la comodidad de su posición de mando. Igualmente me siento confiado. Yo conozco la morfología de la planta en general, vi crecer el árbol, es más, crecí con él, pero es la noche cerrada, y estoy muy abrigado para moverme con agilidad porque hace un frío bárbaro como dije (no me acuerdo si dije que hacía frío). Además ahora soy de los que están del lado de la ciudad, bueno mitad ciudad mitad campo. En fin, termino de explicarme tanto y ahí voy.

Toma 4

Empiezo a trepar siguiendo el haz de luz que Salvio proyecta sobre un entramado fantasmagórico de aves y ramas. Voy subiendo sigilosamente entre cacareos y caca de gallina, tratando de no alterar la comunidad que fácilmente me confundiría con una comadreja humana, presumo o algo así. El árbol es alto, y al parecer, los más jóvenes, los más fuertes, duermen más arriba. Seguí por acá me dice Salvio, que me parece todavía no tiene muy claro dónde está nuestro ejemplar. Sigo ascendiendo, es complejo explicar lo voy sintiendo, como entre el ridículo de la circunstancia y la culpa de algo que no está bien acabará mal. También siento algo de pudor, como que estoy violentando la privacidad de los pollos, entrando clandestinamente en sus dormitorios. Me alivia no tener más público, somos Salvio, los animales y yo, en la oscuridad ultranonima de la pampa. 

Toma 5

Estoy bastante arriba, mantengo a las aves tranquilas mientras Salvio examina con la poca luz que llega de la linterna los palos más altos repletos de pollos y gallinas, para mí ya todas iguales. ¿Cómo va a saber cuál es? me pregunto, mientras las dos copas de vino se hacen presentes junto al leve oscilamiento pendular de la zona más delgada de la planta. ¿Dije que habíamos tomado unas copas de vino? De pronto me dice ahí está. Lo tenía a la par, a una distancia mínima. Es cierto eso que dicen que son segundos los que separan la vida de la muerte. Yo lo miro, él me mira con ojo desconfiado de pollo al horno: es más, reconozco que él se da cuenta de inmediato lo que está pasando y viene a pasar (como que el pollo penetra en mi mente y hace una flashback hasta llegar a los gustos gastronómicos de mi abuela), aletea como para volar y alcanzo agarrarle una pata, pero todo su cuerpo plumaceo se agita enloquecidamente haciendo que mi equilibrio, ya precario, entre en zozobra total. Me balanceo un par de veces, una mano sujeta a una rama del árbol, la otra al pollo aleteando, entonces suelto el pollo hacia abajo, dándole incluso un leve empujoncito a la ley de la gravedad, y como si fuera una idea o una parte del plan, le digo a Salvio, “lo tengo, ahí va»: Un poco de dignidad para la hazaña, pienso ahora. El descenso en picada del ave es seguida por la luz de la linterna dirigida por Salvio con precisión escénica, quien logra de manera increíble atrapar el ave en el aire, antes de que ésta llegue al suelo. Me tomó mucho más tiempo y trabajo bajar a mí. Hoy Salvio ya no está físicamente, pero esta historia tan peculiar me lo trae, y es tan loco como treparme a ese árbol en la noche que hoy podamos disfrutarlo. Gracias.

 

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