El Pony Real

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La historia iba mucho más allá de que todos los sábados un pony diera sus simétricas vueltas a una plaza, montado por niños de ciudad. Su nombre era Mario, y se decía que tenía un alma humana, precisamente de un hombre que estaba pagando los deslices de una vida un poco laxa que llevó como capataz de una estancia en el sur. Tenía un apellido además, que me reservo atenido a las circunstancias del relato. A mí me llegó la noticia una tarde, en el café que está en una de las esquinas frente a la plaza, fascinado por el tranco breve, casi mínimo de Mario, con uno de los tantos jinetes improvisados que solía pasear. Mi amigo, que contemplándome verlo se había acordado de esta leyenda bárbara, me dijo antes de irse: las historias que la gente se inventa. Invitó él y quedamos en encontrarnos pronto, como solemos decirnos aunque después pasen meses o años. Era una tarde luminosa de otoño, un día de esos donde las cosas de siempre se ven mágicamente realzadas. Quizás por eso noté que era un buen ejemplar, de dimensiones proporcionadas y pelaje colorado. Solo había una forma de saberlo y crucé la calle aprovechando que su manager estaba comprando algo para comer en el café donde yo estaba. No sabía muy bien cómo encarar el asunto así que le dije: ¿Mario, es usted?, y el pony levantó la mirada hacia mí, como lo hacen los equinos cuando algo les llama la atención.

Este microcuento se publicó originalmente en Microdosis de Ficción.

 

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