La Invasión de los Cuises

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Beltroni se había hecho una casa en un terreno grande, así que tenía mucho patio, con perros, quinta y hasta gallinas. Primero apareció un cuis macho, a lo pocos días la hembra y luego las primeras crias. Entraron cavando túneles por debajo de la tapia y se multiplicaron por cientos, haciendo de su propio patio un territorio inaccesible tomado por cuises. Me contó muchos otros detalles de la eclosión de estos pequeños roedores suramericanos que darían gran textura y verosimilitud a un relato, pero que al final son la repetición de la misma historia universal: la desaparición de la quinta, la desesperación de los perros, el éxodo de las gallinas, las disputas territoriales, las súper población, la falta de comida que el mismo se propuso remediar alimentándolos (lo que empeoró las cosas, me dijo), las enfermedades, la aparición de depredadores naturales, la zozobra final de la casa que tuvo que abandonar por los túneles que los cuises cavaron debajo de los cimientos. Me contaba todo esto con naturalidad y sin alarmarse, mientras conversábamos de todo un poco y tomábamos mates al calor de una salamandra que nos resguardaba en esa burbuja de frágil humanidad en la que vivimos nuestras vidas cotidianas; nos separaba, como una ilusión, de la verdadera crudeza de un día de invierno. Para mí no hay que darle muchas vueltas, me dijo al final de la charla, el mundo es un mundo animal. Recién ahí puede ver su par de incisivos salientes, sus orejas empequeñecidas y una vellosidad sedosa que le subía por el cuello. Para mí, más que estos hechos, fue su frase la revelación de que todos los relatos son reales.

Este microcuento se publicó originalmente en Microdosis de Ficción.

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