Libros prestados, libros robados, libros perdidos

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Un estado de frustración generalizada lo paralizó frente a su biblioteca, no podía encontrar un libro cuya existencia era segura, ya que lo había leído pocos años atrás. Encontrar en cambio títulos de cuando aún no vivía en esta ciudad, ni tenía hijos, libros de épocas cuando ni siquiera tenía dinero para comprar un libro, le pareció un hallazgo peculiar, en torno a las cosas que se dicen sobre el paso de los años. No era viejo, pero sintió avejentarse aceleradamente en ese preciso momento, mientras intentaba recordar a quién se lo podía haber prestado. Se acordó entonces de los días en los que tenía que recurrir a libros prestados, y de lo diligente que siempre fue en ese penoso ejercicio. Yo siempre devolví los libros, se dijo. En los días de mayores necesidades literarias, iba a las librerías “pitucas” de la ciudad y se sentaba a leer por horas. Era una transacción justa, ni prestado ni robado, dando a cambio la mejor publicidad que pudieran tener para aumentar las ventas. Se acordaba de todo, de los libros que había dejado a la mitad en las librerías, los libros que había prestado y no le habían devuelto; finalmente los libros que había robado de su biblioteca familiar. Y tampoco este era el caso. Como le fastidiaba perder el tiempo, se puso a leer un librito de microrelatos que había quedado en su mano durante la búsqueda. Se alivió con la lectura y se olvidó del libro perdido.

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