La increíble madrugada de una historia

PIN

Esta es una de las pequeñas y sorprendentes historias que Beltroni me ha contado y yo, antes de que sea demasiado tarde, quiero apuntarlas por acá. Me disculpo de antemano si la narración tiene una cadencia melancólica; es que es una historia de su juventud más pura, una época que ya no va a volver, como me dijo él cuando me la contó.

Estaba en la ciudad de Rosario, allá por el año 2007, visitando a un gran amigo del colegio, alguien que él admiraba porque dibujaba extraordinariamente bien y había decidido no ir a la universidad. Le decían el flaco.

La visita se daba porque Beltroni se iba a hacer una especialización en “ganadería a pequeña escala” a la ciudad de Porto Alegre, Brasil. Su amigo vivía en un apartamento cerca de la costanera, donde el sábado a la tarde fueron a comer Bogas a la parrilla. Era un día de calor prematuro en primavera, casi veraniego, y el almuerzo incluyó una botella de vino blanco.

Acá empieza la historia:

Después de almorzar, no sé si es porque sabíamos que no íbamos a vernos por un buen tiempo, anduvimos caminando por la ciudad, de vez en cuando entrando a un bar por un café, luego por una cerveza, hasta que llegamos a una especie de bailanta tropical, bien entrada la noche. Llegamos ahí arrastrados por el devenir natural de los entretenimientos citadinos, sin planearlo, sin buscar. Rosario es así, una ciudad río con su propia corriente, una ciudad puerto, una ciudad mujer.

Entonces me contó la historia de una chica que había conocido unos años atrás, no me dijo que se había enamorado, pero pude intuir que algo había quedado incompleto; que dejó de verla porque había dejado de trabajar en la agencia donde ella trabajaba y se había puesto a diseñar por su cuenta. Yo no sé nada de diseño, soy veterinario y en ese tiempo tampoco sabía nada sobre relaciones sentimentales.

El tema de la historia era que no recordaba el nombre de la chica, y eso no digo que lo afligía, pero lo inquietaba en tan juvenil etapa de la vida, junto a otras cosas que en nuestra conversación pudo cerciorarse había olvidado: nombres de amigos en común que habíamos tenido, anécdotas del secundario, nada de demasiada importancia; pensé entonces que la chica tampoco habría sido importante. Imaginate que ni siquiera existía Facebook, para buscarla y conocer su nombre.

Bailamos un par de canciones, creo que para rellenar esa parte de la noche donde ya no queda mucho por hacer, y volvimos caminando por las calles vacías y frescas de la ciudad en la madrugada, respirando el aire de ese tiempo que sabíamos ya no iba a volver, un tiempo que estábamos perdiendo de la manera más consciente que nos era posible.

En ese momento, entre contemplativos y aliviados de dar fin a una larga noche, sin mas temas de conversación, cayados, mientras nos dejábamos regresar en la corriente de resaca de la noche, desde un taxi, como si el propio relato reclamara su lugar en la madrugada, una chica grito, con una voz jocosa y trasnochada, flaco te amo. Y el taxi siguió.

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