Encuentro y despedida

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No era raro que lloviera siendo verano, estando en la costa oriental del Río de la Plata, siendo nuestra última mañana en Montevideo, habiéndonos emborrachado la noche anterior. Justificados en este contexto nos fuimos a tomar un café.  Ya no llovía fuerte cuando salimos del café, más bien lloviznaba, pero había bajado bastante la temperatura para ser verano. Sería también porque nuestras vacaciones se estaban terminando.

Le dije a Beto, mi compañero de viaje, por qué no volvemos al hotel a ver si hay noticias, el colectivo recién sale a las 4 de la tarde. Eso hicimos, por una calle que mi pobre conocimiento de esa ciudad ficcionaliza con veredas rotas, paredes descoloridas, un perro durmiendo y un hombre viejo fumando en una banca.  Argentinos, los estuvieron buscando por acá, dijo el conserje. Es Luci, le dije a Beto.

Era otra época, no había casi teléfonos celulares ni tanto Internet. Sin pensar en todo esto, porque no lo sabíamos, salimos de nuevo a la calle, hacia el sitio que Luci nos había dicho que teníamos que conocer. Era como un Rastro Suramericano, pero sobre todo de cosas viejas, que es una redundancia. Vi parejas bailando tango, vi discos, vi otro anciano sentado fumando y otro perro. No vimos a Luci, pero sabíamos que no estábamos lejos. La noche anterior Beto había bailado con ella. Todavía hoy me pregunto cómo se habría animado, siendo nosotros tan ajenos a esa lugar bailable y tan malos bailarines.

Después del mediodía todo se fue en picada, el tiempo, nuestra  escasa energía de trasnochados y la esperanza de encontrar a Luci. La esperanza de él, que en aquel viaje tan compartido también era un poco la mía. Aunque yo no había bailado, ni con Luci ni con nadie y por eso quizás bebí más de la cuenta y por eso será que me encargo de recordarme todas estas cosas.

Cuando íbamos para la terminal empezó a llover con fuerza otra vez, me supo a nostalgia y despedida, o mejor, ahora entiendo, llovía porque era una despedida, tenía que llover. Prendí el último cigarrillo antes de subir al colectivo. Beto no fumaba pero me hacía el aguante y se quedaba conmigo. Entonces apareció Luci con una amiga. Estaba completamente mojada y feliz de vernos, mucho más de verlo a él. Algo había quedado de la noche, un horario de partida, una estación de ómnibus; la inusual certeza de que era necesario verse otra vez. Intercambiamos correos electrónicos en unos papelitos mojados y para mi eso será para siempre algo muy Uruguayo, en el pobre conocimientos que tengo de ese país, en mi privilegiado conocimiento de la historia de Luci y Beto.

 

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