Meditación profunda

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Las instrucciones eran sencillas, había que sentarse de alguna manera confortable, cerrar los ojos, respirar y dejar pasar los pensamientos como pasan los autos por la calle. El tránsito estaba pesado en la ciudad, y más tarde llamaría a su madre por que era viernes por la tarde y así acostumbraba terminar la semana. Pensó en las compras del supermercado, faltaban manzanas, leche y bolsas de basura. Una frase del último email que había leído cruzó como un avión por el cielo y le afligió la incertidumbre de no saber cuándo iba a volver a viajar, como esa vez que se quedó dormido en un autobús viejo que cruzaba una selva y despertó empapado de sudor sin saber muy bien dónde estaba.

Este microcuento se publicó originalmente en Microdosis de Ficción

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