El hombre que cruzaba la esquina

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Desde el escritorio donde escribía su tesis tenía la panorámica de la esquina. Sentado allí, durante meses vio a un hombre cruzar la calle, al rededor de las ocho de la mañana, y en las tardes cerca de las cinco, siempre con un maletín y muchas veces con papeles y libros apretados entre su cuerpo y un brazo. Casi todos los días la aparición de esa silueta, conocida y anónima a la vez, sacaba su vista de la pantalla y lo llevaba a especular sobre su ocupación, su vida: ¿Sería soltero, abogado, estudiante crónico, administrativo?. Nada lo revelaba por completo, y de cualquier manera era difícil con solo verlo dar lo que quizás fueran los pasos más apurados de su día. Salvando esto, uno de los temas pendientes para concluir su trabajo final era un determinado tipo de artificios, tan comunes como ignorados, que la literatura utiliza para cautivar a los lectores. Un amigo lo recomendó con el titular de la Cátedra de Literatura Inglesa, para profundizar sobre esos recursos en los Viajes de Gulliver. Le escribió y amablemente el profesor lo citó un cierto día a las 10 a.m. Cuando abrió la puerta del despacho se encontró con el hombre que cruzaba la esquina.

Este microcuento se publicó originalmente en Microdosis de Ficción

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